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Sevim Dağdelen ha sido miembro del parlamento de Alemania, el Bundestag, desde 2005. Es portavoz del grupo parlamentario Die Linke (el Partido de Izquierda) en el Comité de Asuntos Exteriores del Bundestag, miembro adjunto del Comité de Defensa y portavoz de política internacional y desarme.
Este es el discurso que dio en la Conferencia internacional “Por el Equilibrio del Mundo” en La Habana, Cuba, el 26 de enero de 2023.
Es para mí un honor dirigirme hoy a ustedes en el marco del programa de este gran encuentro. La conferencia pone el foco sobre la cuestión central de nuestro tiempo: ¿Cómo es posible lograr la convivencia pacífica de la humanidad respetando el equilibrio y la diversidad?
Ante la guerra, la militarización y la escalada de la confrontación entre bloques, que bien podría desembocar en una tercera guerra mundial, esta cuestión reviste una importancia existencial.
Me dirijo hoy a ustedes como diputada y política de la oposición de izquierda de un país que es parte beligerante en el conflicto de Ucrania. Alemania no sólo participa en una guerra económica sin precedentes de Occidente contra Rusia.
Alemania también participa en esta guerra por delegación, que Estados Unidos dirige contra Rusia en suelo ucraniano, a través del suministro de armas pesadas, el entrenamiento de soldados ucranianos y el apoyo de sus servicios de inteligencia.
Debido a la enorme presión de Estados Unidos, hoy mismo el gobierno alemán ha decidido enviar tanques de combate tipo Leopard a Ucrania. Se trata de una escalada extremadamente peligrosa que allana el camino para enviar a Alemania directamente a la línea de fuego.
Hasta ahora, el suministro de tanques de combate pesados se consideraba absolutamente tabú y ha sido una línea roja para el canciller alemán Scholz. En este contexto, es extremadamente preocupante cómo se está acelerando la propaganda de guerra en Alemania. En la opinión pública alemana y en los principales medios de comunicación, este paso se celebra como un hito importante.
Inmediatamente después de la decisión del gobierno federal de entregar carros de combate pesados, ahora se pide la entrega de aviones de combate. En esta lógica de escalada militar, a la entrega de aviones de combate le sigue la de buques de guerra, misiles balísticos y, al final, tropas propias. Para detener la guerra en Ucrania y evitar una escalada hacia una tercera guerra mundial, necesitamos urgentemente iniciativas diplomáticas.
La condición necesaria para el equilibrio del mundo, para un orden mundial justo, para el desarrollo social y medioambiental, es la ausencia de la violencia militar y económica. La guerra en Ucrania supone para la humanidad un retroceso de años, si no de décadas.
En este contexto, me gustaría abordar en mi presentación las siguientes cuestiones:
¿Cómo se explica el surgimiento de esta guerra? ¿Cuáles son sus efectos en el mundo, en especial en los países del Sur Global, que no participan de la guerra pero se ven afectados de manera significativa por sus consecuencias? ¿Cuáles son las posibles salidas al conflicto y cuáles las perspectivas de un orden mundial basado en la coexistencia pacífica y el equilibrio?
Mi tesis inicial consta de tres partes.
En primer lugar, la guerra por delegación en Ucrania refleja el intento de Estados Unidos de mantener su supremacía global sin restricciones en una era unipolar que está llegando a su fin.
Un elemento fundamental de esta estrategia es el esfuerzo de Estados Unidos, desde el final de la Guerra Fría, por impedir un orden de seguridad común en Europa que incluya a Rusia. La guerra que ha surgido en consecuencia es también el resultado de la incapacidad de Europa y de la Unión Europea para deshacerse de su relación de dependencia con Estados Unidos –asentada a su vez en el dominio político de una burguesía compradora– y llevar a cabo una política soberana, orientada hacia los intereses de su propio pueblo, que tenga por objetivo la paz, la estabilidad y la prosperidad.
En segundo lugar, la guerra contra Rusia, que sobre todo también se libra a nivel económico, es también un ataque hacia el interior de la sociedad. Esta demencial guerra económica equivale para Europa a una amputación autoinfligida de la propia economía, y además promueve un desplazamiento de los equilibrios de poder dentro de la alianza occidental hacia Estados Unidos.
La militarización sin precedentes en el curso de la movilización contra Rusia también va acompañada de una redistribución masiva de riqueza de abajo hacia arriba dentro de los países de la OTAN. Mientras las personas de ingresos bajos no saben cómo pagar los exorbitantes costos de la energía y los alimentos, las empresas energéticas obtienen beneficios adicionales por miles de millones.
En tercer lugar, Occidente toma a los países del Sur Global como rehenes de su conflicto hegemónico con Rusia y se aísla así cada vez más. El aumento de los precios de los alimentos y la energía, la propagación del hambre y la pobreza, así como la inhibición del desarrollo económico en las regiones de por sí más vulnerables en el mundo, son algunos de los graves daños colaterales.
Un contexto dominado por las consecuencias mundiales de la guerra, y por la pérdida de credibilidad del “orden internacional basado en reglas” promovido por Occidente, permite explicar la negativa de muchos países de África, América Latina y Asia a inclinarse por una de las partes involucradas en la guerra de Ucrania.
Los descarados intentos de Occidente por poner a estos países de su lado en la confrontación con Rusia hablan solo de arrogancia neocolonial. El fracasado intento de convertir a Rusia en un Estado paria pone de manifiesto los límites del proyecto hegemónico de Occidente en un mundo cada vez más multipolar.
Antes de que pueda hablarse de posibles soluciones al conflicto se hace ineludible echar un vistazo a su génesis. Quiero dejar claro que el ataque de Rusia a Ucrania es una guerra contraria al Derecho internacional, que no puede
justificarse por las violaciones del derecho internacional cometidas por Occidente ni por el incumplimiento de las promesas de la OTAN tras el final de la Guerra Fría, en el sentido de no extender sus fronteras hacia Rusia.
Sin embargo, la guerra en Ucrania tiene una historia previa que vale la pena observar. La guerra de Ucrania es la consecuencia directa de la expansión de la OTAN hacia el este tras el final de la Guerra Fría. En lugar de construir en Europa una casa común tras el final del enfrentamiento de bloques de la Guerra Fría, inspirándose en el espíritu de la Carta de París de 1990, Occidente ha acorralado sistemáticamente a Rusia.
Animado por la arrogancia de creer en la propia superioridad de la economía capitalista de mercado y en el “fin de la historia” proclamado por Francis Fukuyama, Estados Unidos hizo todo lo posible por degradar a Rusia como perdedor de la Guerra Fría. El acercamiento de la OTAN a la frontera rusa representa asimismo una vulneración de los intereses de seguridad que Rusia ha calificado de existenciales. De un modo inequívoco se señaló que la adhesión de Ucrania y Georgia a la OTAN era la línea roja.
Actuando poco menos que como vasallos dóciles de Estados Unidos, los Estados de la UE no lograron encontrar una solución diplomática para evitar una escalada militar del conflicto ucraniano. Esto incluye la reciente confesión de la excanciller alemana, Angela Merkel, y del expresidente francés, François Hollande, que admitieron que Occidente nunca tuvo interés alguno en cumplir los objetivos de los Acuerdos de Minsk referidos al derecho internacional, sino que simplemente se trató de ganar tiempo para posibilitar el rearme.
Incluso después del 24 de febrero de 2022, cuando comenzaron los ataques rusos, Occidente torpedeó una solución pacífica a la guerra de Ucrania. Al fin y al cabo, a finales de marzo de 2022, Rusia y Ucrania ya habían iniciado negociaciones prometedoras en el marco de la mediación turca en Estambul.
La negativa de Occidente a una solución negociada ha provocado ya más de 200 000 soldados muertos y heridos en ambos bandos, 40 000 civiles muertos y millones de refugiados. El absoluto cinismo de esta guerra también incluye que, para las cegadas opiniones públicas occidentales, la “solidaridad con Ucrania” se mide en suministro de armas y no en iniciativas diplomáticas para poner fin a la guerra, mientras en Ucrania se sacrifica a las personas en el campo de batalla para alcanzar objetivos de poder político de Estados Unidos.
La estrategia occidental de querer derrotar militarmente a Rusia con suministros de armas a Ucrania cada vez mayores y más pesados es insensata e irresponsable: Rusia es una potencia nuclear y no está dispuesta a renunciar a intereses existenciales. Los suministros de armas prolongan la guerra y alimentan el riesgo de una escalada que desemboque en la Tercera Guerra Mundial. El que quiere guerra, envía armas; el que quiere paz, envía diplomáticos.
Frente a un contexto que amenaza con convertirse en una guerra de posición y desgaste sin esperanzas, entretanto, incluso el jefe del Estado Mayor estadounidense, Mark Milley, manifestó que ha llegado el momento de negociar.
Por desgracia, Milley, que en este caso es una de las pocas voces con apego a la razón en el establishment estadounidense, no ha podido imponer su postura. La guerra por delegación de la OTAN en Ucrania está flanqueada por sanciones económicas sin precedentes. Mientras que el objetivo proclamado por Occidente de llevar a Rusia a la ruina fracasa de manera evidente y ni siquiera se logró afectar la capacidad de Rusia para hacer la guerra, la guerra económica está teniendo un efecto boomerang, sobre todo en Europa.
Los trabajadores de Alemania están sufriendo la mayor pérdida de salario real en la historia de la República Federal, estimada en un 4.7%. Una de cada cuatro empresas tiene previsto eliminar puestos de trabajo como consecuencia de la explosión de los precios de la energía; industrias enteras están al borde de la ruina o quieren trasladar su producción al extranjero. En medio de esta situación catastrófica, Estados Unidos trata de obtener beneficios adicionales a expensas de la UE, a través de programas de inversión por varios cientos de miles de millones de dólares.
Además de la canibalización y la amputación autoinfligida en Occidente a través de la guerra económica, también se están aceptando a sabiendas los efectos devastadores de las sanciones en amplias zonas del Sur Global. Las sanciones occidentales contra Rusia han disparado los precios de la energía y los alimentos a nivel mundial. Las exportaciones de fertilizantes rusos se redujeron en un 15% el año pasado debido a las sanciones de la UE.
Según datos de la ONU, la cosecha mundial de cereales ya ha retrocedido un 2.4% el año pasado debido a la escasez de fertilizantes. Mientras Occidente acusa a Rusia de usar el hambre como arma, la UE sigue torpedeando el levantamiento de las restricciones a la exportación de alimentos y fertilizantes afectados por las sanciones, tal y como se le había prometido a Rusia en el curso del Acuerdo sobre Cereales de la ONU, aceptando que millones de personas mueran de hambre en el Sur Global. Este doble rasero occidental es también una de las razones por las que Occidente ha fracasado en su intento de aislar a Rusia internacionalmente.
En los medios de Occidente se ignora la clara división Norte-Sur con respecto a la guerra en Ucrania. De los 193 Estados de la ONU, solo algo menos de 40 han impuesto sanciones a Rusia y solo algo menos de 30 han prometido apoyo militar a Ucrania. Por lo tanto, no es posible hablar de un aislamiento de Rusia a través de la llamada “comunidad internacional”. Por el contrario, grandes países como China e India están profundizando sus relaciones económicas con Rusia.
En el Sur Global reina la incomprensión frente a la afirmación de que el ataque ruso a Ucrania constituye un cambio de época y una violación sin precedentes del Derecho internacional. Las guerras ilegales y los graves delitos de la OTAN contra los derechos humanos, los bombardeos de infraestructuras civiles, los asesinatos con drones, las ejecuciones extrajudiciales y la utilización selectiva del derecho internacional no han reforzado sino debilitado la credibilidad de Occidente y su supuesto compromiso con un orden internacional basado en reglas.
Los representantes de los países del Sur Global señalan con razón las muchas otras guerras y conflictos que reciben mucha menos atención. En una conferencia celebrada la semana pasada en Berlín, una activista maliense de derechos humanos y exministra de Cultura y Turismo recordó que el 90% de los conflictos armados en el mundo tienen lugar en Oriente Medio y África, y que los Estados de la UE desempeñan al respecto un gran papel con sus políticas neocoloniales. Y el secretario general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró también que –cito– “el mundo no trata a la humanidad de la misma manera”. Fin de la cita.
Ante una atención y preocupación significativamente menores por las crisis en curso en Etiopía, Yemen, Afganistán y Siria, observó con acierto que –cito– “unos son más iguales que otros”.
No es casualidad que los países del Sur Global no participen en las sanciones económicas contra Rusia. Así lo demuestra la dolorosa experiencia de muchos Estados con las dramáticas consecuencias de la política de sanciones de Occidente.
Quiero decir esto con total claridad: las sanciones son un acto de guerra. O, parafraseando la sentencia de Carl von Clausewitz: las sanciones son la continuación de la guerra por medios económicos. Al apostar por el empobrecimiento, la miseria y la muerte de la población civil, las sanciones económicas siempre tienen un elemento inherente de violencia.
Los 500 000 niños que murieron en Irak como consecuencia de las sanciones de los años noventa, lo que motivó a la entonces secretaria de Estado estadounidense, Albright, a decir que “el precio valió la pena”, son una expresión de esto. Desde hace décadas, Occidente utiliza las sanciones y los bloqueos económicos, además de la invasión militar, para provocar cambios de régimen y someter a los países que utilizan su soberanía democrática para un desarrollo independiente más allá de la explotación neocolonial.
El inhumano bloqueo estadounidense de Cuba, que viola el derecho internacional, lleva ya más de 60 años, causando daños anuales por miles de millones de dólares. Me gustaría recordar a las 40 000 personas que, según un estudio del Centro de Investigación en Economía y Política (CEPR), con sede en Washington, perdieron la vida en Venezuela entre 2017 y 2019 como consecuencia de las sanciones estadounidenses.
Las reacciones de autoafirmación ante la fracasada estrategia aislacionista de Occidente son también un reflejo de los cambios tectónicos en la estructura de poder mundial. El declive relativo de Occidente y de su primera potencia, Estados Unidos, va acompañado del rápido desarrollo económico de las potencias emergentes, en primer lugar de China. En lo que respecta a la dominación neocolonial de amplias zonas del Sur Global, estos avances son, por tanto, una espina clavada en el costado de Occidente. No sin razón el presidente estadounidense Biden ha declarado a China su principal enemigo.
Y en la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en junio de 2022, por primera vez se señaló a China de manera explícita como “desafío sistémico”. No porque la República Popular de China –que a diferencia de Estados Unidos no ha estado en guerra durante décadas– sea una amenaza militar, sino porque en poco tiempo China se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo y en uno de los principales impulsores de la innovación y la tecnología. Este curso de rivalidad sistémica entre “democracias” y “autocracias” proclamado por Occidente no es otra cosa que la defensa de su propia supremacía hegemónica.
La concomitante política de expansión y confrontación militar de Occidente, expresada por ejemplo en la militarización del Indopacífico, alberga un enorme potencial de escalada.
Ayer mismo (24 de enero), ante el peligro de una guerra nuclear y el avance del cambio climático, las agujas del “reloj del fin del mundo”, una metáfora que representa lo cerca que está la humanidad de la autodestrucción, volvieron a acercarse hacia la medianoche. La necesidad de actuar es imperiosa y evidente. ¿Pero cómo se podrá encontrar una salida a la actual situación de amenaza existencial?
En vista de los dramáticos efectos de la guerra en Ucrania para la población allí y en gran parte del mundo, y del peligro real de una escalada nuclear, ponerle fin se debe convertir en una prioridad. La exigencia inteligente y previsora de muchos países del Sur en favor de un alto el fuego, así como de un rápido final de la guerra a través de una salida diplomática, coincide con el deseo urgente de paz, seguridad y estabilidad de la mayoría de la población de Occidente.
Este interés común es el que hay que nutrir para alcanzar una solución de paz y también en el tiempo posterior. Como casi todas las guerras, esta sólo se podrá resolver a través de negociaciones. Una solución de paz no dejará atrás la causa central del conflicto, ni la cuestión de la OTAN o la neutralidad de Ucrania.
Exigencias poco realistas, como el restablecimiento pleno de la integridad territorial de Ucrania incluida Crimea, ya a priori hacen imposible alcanzar una solución de compromiso. Por improbable que resulte en la actualidad, a largo plazo la paz y la seguridad en Europa solo serán posibles con una estructura de seguridad europea que supere la política de confrontación y rearme de la OTAN.
La condición previa para que esto ocurra es que Europa se libere de la dominación de los Estados Unidos y siga una política exterior y de seguridad independiente y soberana. Esto incluye evitar que se intensifique el enfrentamiento de bloques entre Occidente y China, así como dejar de involucrarse en la guerra económica de Estados Unidos con China, también para evitar las dramáticas consecuencias de un desastroso desacoplamiento que afectarían a la mayoría de la población.
De todas formas debemos tener claro que hoy en Europa, al igual que en América Latina antes de la revolución cubana y las revoluciones bolivarianas, estamos tratando con burguesías compradoras, que parecen seguir solo los intereses de las corporaciones estadounidenses y los objetivos de la política exterior de Washington. La reciente decisión de suministrar tanques de combate pesados demuestra que Europa y Alemania en particular se están sometiendo a la estrategia estadounidense de destruir definitivamente las relaciones europeo-rusas y de ser enviadas a la línea de fuego de Rusia.
En este contexto, la emancipación democrática de Europa se ha convertido en una cuestión de ser o no ser, una cuestión existencial.
Para los países del Sur, la tendencia actual hacia un orden mundial multipolar ofrece una gran oportunidad. En particular, el peso económico y geopolítico de agrupaciones internacionales como los BRICS, que reúnen al 40% de la población mundial, o la Organización de Cooperación de Shanghái, pero también de organizaciones regionales antihegemónicas como la Celac o la Unión de Estados Africanos, albergan el potencial de renegociar las relaciones económicas internacionales y recuperar la soberanía democrática.
Los recientes cambios políticos en América Latina, donde por primera vez en la historia las seis mayores economías de la región tienen Gobiernos de izquierdas (centroizquierda), también pueden impulsar decisivamente la integración regional autodeterminada desde el punto de vista político y económico.
Cuando hablamos aquí de un Nuevo Orden Económico Mundial, las experiencias de la alianza alternativa regional ALBA-TCP (La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América -Tratado de Comercio de los Pueblos), lanzada hace más de 18 años por Fidel Castro y Hugo Chávez, son de crucial importancia para una economía solidaria y complementaria. También lo son instituciones financieras alternativas como el Banco del Sur y el Banco del ALBA.
Frente a la guerra, la explotación neocolonial, la creciente desigualdad y la degradación del medioambiente, la tarea común de las fuerzas progresistas tanto de Occidente como del Sur es pensar y hacer realidad nuevas alternativas multilaterales más justas para el equilibrio del mundo y más allá de la globalización neoliberal.
En este sentido, estoy muy agradecida por esta gran conferencia. Espero poder seguir intercambiando opiniones con ustedes. Otro mundo es posible. Nosotros no perdemos la esperanza.